Una de las formas de mantener las tradiciones es el uso de
la palabra para contar historias de generación en generación, las leyendas
permiten que se cree una identidad colectiva. Son relatos que se cuentan y se
quedan grabados como parte esencial de la cultura de un pueblo, porque reflejan
rasgos importantes de las dinámicas que envuelven a la comunidad.
En esta ocasión les contamos la leyenda de La estrella
de mar. Este relato proviene de la tradición comca’ac (como se autodenominan) o
el pueblo Seri. Está comunidad indígena radica en el estado de Sonora,
específicamente en la costa de Hermosillo. Su población en el 2010 era de 6,861
habitantes, de los cuales se estima que solamente 1000 hablan la lengua seri
(cmiique iitom) fluida. Debido a que su lengua no se ha relacionado con ninguna
otra, los hablantes mantienen su vasta tradición oral, la cual no cuenta con
elementos católicos como otras y siempre sobresale su apego con la naturaleza,
especialmente con el mar, su principal sustento.
Leyenda de la Estrella de Mar
La leyenda cuenta que el jefe Haas tuvo una hija a la que
llamó Kapsis, la pequeña creció con todo mimo posible y con el pasar del tiempo
empezó a adquirir más responsabilidades. Un día, tras terminar con sus labores,
se acercó al mar, se acurrucó junto a una roca y miró el ir y venir de las
olas; consumío las horas, inmóvil y silenciosa. La tribu le seguía con la
mirada llena de sorpresa, todos los días le veían la misma rutina hasta que las
sombras se hacían más negras sobre el agua, sobre la playa. La joven miró el
mar sin fin, miró como si del fondo fuese a llegar la diosa Xtamosbin, la gran
tortuga marina. Cada que la tribu llegaba de la bahía de Kino a Isla de
Tiburón, Kapsis buscaba entre las rocas alguna que el océano en su danzar
dejaba atrás y después corría a su lugar predilecto de la playa para contemplar
cielo y mar.
El jefe Hass pidió al hacocama (hechicero) que destruyese el
embrujo que, seguramente, se había apoderado de su hija. Era la explicación que
el padre encontró, pues la hermosa joven huía del trato de sus semejantes, no
bailaba, ni cantaba. Pero su encargo había resultado inútil, Kapsis sólo se
deleitaba refugiándose en la playa desolada, viendo un paisaje triste en el mar
bravo que desataba, algunas veces, temibles tormentas. Es que nadie sabía el
secreto de Kapsis. Ella estaba enamorada de vastlk, una estrella, que ella
consideraba una flor de los dioses.
La tribu aseguraba que un antipotkis, un tiburón, la había
embrujado, por lo que el hacocama fue hasta la “Cueva Especial”, arriba en la
montaña. Entonces pintó la señal del espíritu que vivía ahí y éste ocupó el
cuerpo del hechicero. Con toda virtud mágica en presencia de la luna, el
hacocama fue al lado de la joven y puso sus manos en forma de círculo sobre la
frente de Kapsis. Con misterioso acento y tono ancestral, se escuchó "Choo
choo", al acercar su boca a la chica. Ella sólo plantó sus ojos en él y
silenciosa se alejó.
Bajo la misma luna volvió al mar y miró el cielo con
ansiedad, buscando a la hermosa vastlk. La descubrió en medio del azul eterno,
esplendente. Deseó con fervor, que aquella noche no terminase, deseó
poder embelesarse, deseó que a pesar de las horas por pasar su belleza
permease. De pronto, como si la voz en su corazón fuese mágica, absorta
contempló cómo su estrella se desprendía del cielo. Atravesando el azul como
dardo de guerrero Kun Kaak sobre coyote o venado, la estrella cruzó el espacio.
Los ojos negros de Kapsis siguieron el rastro luminoso que
cayó en el mar. La joven sintió el temor desde la punta de sus pies en la arena
y corrió. Buscó una canoa, y en ella remó hasta el sitio donde la vio caer.
Tras mirar con desesperación a su alrededor, se lanzó sin pensar. Se arrojó
dentro del mar para poderla salvar, tocó el fondo; pero en su rápido descenso
su cabeza se hirió con una roca. Sobre una cama de rocas traicioneras, Kapsis
quedó inmóvil. Con brazos abiertos en cruz y sus hermosas piernas extendidas,
había muerto.
Xtamosbin, la sagrada tortuga marina, diosa de los seris, la
contempló pálida, inmóvil en el fondo del mar por querer salvar a una estrella
que se ahogaba. La diosa se conmovió y con sus manos sobre el cuerpo inerte de
la joven kunkaak la convirtió en una bella estrella de mar. Desde es momento
Kapsis sería feliz, en un mundo sin voz, contemplaría el mundo verde de
esmeraldas líquidas; tendría la compañía de los peces, todos pintados de vivos
colores. Y desde las sombras moteadas de luz espiaría el cielo, a través de la
espuma teñida por el sol; esperaba mirar a la bella vastlk que tanto amaba.
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