Hace mucho tiempo, existía una aldea que se alzaba junto al
río mexicano de Xichú. Aquí vivía un cacique muy poderoso llamado Chuin, junto
a su esposa Andonei, la cual era tan bella como una flor. Un día, un viejo
brujo de nombre Sajoo llegó hasta el poblado en busca de un refugio. Sin
embargo al contemplar la belleza de Andonei, se quedó tan impactado, que tuvo
una visión.
—¡Qué hermosa es la flor de Xichú! Pero llegará un día en el
que se marchite para siempre y entonces el cacique llorará un mar de lágrimas.
Andonei, muy asustada, le hizo una pregunta:
—Sajoo, ¿podrías decirme cuál va a ser la causa de mi
muerte?
—Un fiero guerrero va a llegar desde tierras lejanas y te
hechizará con los ojos. A causa de este embrujo, vas a abandonar a tu esposo,
despreciando el amor sincero que siente por ti. Abandonarás tu hogar, a tu
gente, todo lo que te hace feliz en Xichú por seguirlo hasta el fin del mundo,
provocando una gran desgracia.
Furioso por sus palabras, Chuin ordenó que lo expulsaran de
la tierra y lo llevaran a lo más profundo de la selva, para que fuera devorado
por las bestias.
El tiempo pasó y cuando nadie podía recordar las palabras de
Sajoo, apareció en el pueblo un guerrero llamado Coyoltótotl. Venía acompañado
por un séquito de soldados en nombre del emperador Moctezuma. Chuin los recibió
con los honores correspondientes, sin embargo, su mujer se sintió turbada desde
el primer momento por la mirada del desconocido, capaz de embrujarla sin
pronunciar palabras.
Días después, Andonei acudió al río a bañarse como de
costumbre. Cuando Coyoltótotl apareció de la nada, no pudo evitar fundirse con
él en un beso, sintiendo la necesidad de seguirlo adonde quiera que fuera.
Chuin se sintió devastado al enterarse de la desaparición de
su esposa. Fue en ese instante cuando recordó la profecía de Sajoo y tomando
sus armas, salió de su palacio para seguir el rastro de su amada. ¡Cuánta fue
su decepción al encontrarla en los brazos de Coyoltótotl! Los amantes estaban
abrazados en un claro de la selva, y fue tanta la ira que se apoderó de Chuin,
que sin pensarlo le dio muerte al guerrero, quitándole los ojos para clavarlos
en la corteza del árbol más cercano.
Esto provocó que Andonei se arrojara a las aguas del río,
sintiendo que había perdido el amor de ambos.
Los dioses, apenados al ver tanto sufrimiento, decidieron
intervenir para hacerle un regalo a los hombres a partir de aquella desgracia:
el árbol donde los ojos de Coyoltótotl habían sido clavados, floreció hasta
hacerse más grande y hermoso. De él se desprendieron unos frutos muy extraños,
que se asemejaban mucho al ojo humano. Los nativos de aquella tierra los
llamaron Cuauhixti, que significa «Ojo de Venado». Estas frutas contenían
propiedades mágicas, que servían para curar y protegerse del mal.
Desde entonces, el Cuauhixti es un árbol sagrado que nos
recuerda la importancia de amar y perdonar.
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