martes, 5 de enero de 2021

Ojo de venado, leyenda otomí

 



Hace mucho tiempo, existía una aldea que se alzaba junto al río mexicano de Xichú. Aquí vivía un cacique muy poderoso llamado Chuin, junto a su esposa Andonei, la cual era tan bella como una flor. Un día, un viejo brujo de nombre Sajoo llegó hasta el poblado en busca de un refugio. Sin embargo al contemplar la belleza de Andonei, se quedó tan impactado, que tuvo una visión.

—¡Qué hermosa es la flor de Xichú! Pero llegará un día en el que se marchite para siempre y entonces el cacique llorará un mar de lágrimas.

Andonei, muy asustada, le hizo una pregunta:

—Sajoo, ¿podrías decirme cuál va a ser la causa de mi muerte?

—Un fiero guerrero va a llegar desde tierras lejanas y te hechizará con los ojos. A causa de este embrujo, vas a abandonar a tu esposo, despreciando el amor sincero que siente por ti. Abandonarás tu hogar, a tu gente, todo lo que te hace feliz en Xichú por seguirlo hasta el fin del mundo, provocando una gran desgracia.

Furioso por sus palabras, Chuin ordenó que lo expulsaran de la tierra y lo llevaran a lo más profundo de la selva, para que fuera devorado por las bestias.

El tiempo pasó y cuando nadie podía recordar las palabras de Sajoo, apareció en el pueblo un guerrero llamado Coyoltótotl. Venía acompañado por un séquito de soldados en nombre del emperador Moctezuma. Chuin los recibió con los honores correspondientes, sin embargo, su mujer se sintió turbada desde el primer momento por la mirada del desconocido, capaz de embrujarla sin pronunciar palabras.

Días después, Andonei acudió al río a bañarse como de costumbre. Cuando Coyoltótotl apareció de la nada, no pudo evitar fundirse con él en un beso, sintiendo la necesidad de seguirlo adonde quiera que fuera.

Chuin se sintió devastado al enterarse de la desaparición de su esposa. Fue en ese instante cuando recordó la profecía de Sajoo y tomando sus armas, salió de su palacio para seguir el rastro de su amada. ¡Cuánta fue su decepción al encontrarla en los brazos de Coyoltótotl! Los amantes estaban abrazados en un claro de la selva, y fue tanta la ira que se apoderó de Chuin, que sin pensarlo le dio muerte al guerrero, quitándole los ojos para clavarlos en la corteza del árbol más cercano.





Esto provocó que Andonei se arrojara a las aguas del río, sintiendo que había perdido el amor de ambos.

Los dioses, apenados al ver tanto sufrimiento, decidieron intervenir para hacerle un regalo a los hombres a partir de aquella desgracia: el árbol donde los ojos de Coyoltótotl habían sido clavados, floreció hasta hacerse más grande y hermoso. De él se desprendieron unos frutos muy extraños, que se asemejaban mucho al ojo humano. Los nativos de aquella tierra los llamaron Cuauhixti, que significa «Ojo de Venado». Estas frutas contenían propiedades mágicas, que servían para curar y protegerse del mal.






Desde entonces, el Cuauhixti es un árbol sagrado que nos recuerda la importancia de amar y perdonar.

 

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