Los vestigios de las culturas prehispánicas son un
mapa esencial para entender el pasado de este país. Nos referimos a ese grupo
de huellas arqueológicas (desperdigadas en cada rincón de México) que, aunque
comparten características parecidas, tienen historias y tiempos diferentes que
contarnos. Un ejemplo asombroso de esto es el Centro Ceremonial Otomí, en
el Estado de México. Un monumento que, si bien se construyó en
1980, se edificó con las normas y estilos que dictan las tradiciones de este
pueblo originario.
El templo otomí se ideó para ofrecer a los indígenas de
la zona un área para realizar ceremonias y rituales religiosos. Desde hace más
de tres décadas, se encuentra al pie del Cerro de la Catedral; en el corazón
del Bosque Otomí-Mexica; un parque estatal de 2.800 hectáreas repleto de lagos,
presas, pinos, encinos, aguilillas y venados de cola blanca.
Simbología y numerología otomí
El complejo, que abarca 50 hectáreas, se divide en dos
secciones principales: la Plaza del Coloso y la Plaza del Sagitario. La primera
da la bienvenida a los visitantes con un gigantesco mural hecho por el pintor y
escultor Luis Aragón. Se trata de la obra Dāmishy, una representación
del nahual del jaguar realizado con piedras naturales de distintas tonalidades.
Luego, tras caminar por los senderos empinados hacia
la parte superior del centro se llega a la Plaza del Sagitario, en donde entra
en juego la complejidad de los números y significados de la cosmogonía otomí.
Sobre el suelo resalta la figura de tres flamas que hacen alusión al
cuerpo, espíritu y voluntad del pueblo otomí. Sobre este patio octagonal se
pueden apreciar decenas de esculturas.
En el nivel de arriba se pueden ver las 52 columnas
compuestas de dos serpientes entrelazadas, las cuales representan tanto las
semanas que componen un año, como los 52 años del ciclo del calendario azteca.
Si se sube un poco más, se pueden admiran 12 enormes estructuras cónicas
que simbolizan al caracol (al agua y a la música). Estas se relacionan
directamente con los meses de año. Ahí también se encuentra un monumento
a Tata Jiade, el Dios Sol.
En el lado oeste del patio hay un espacio dotado con siete
columnas que simbolizan las siete cavernas de donde surgieron las siete
tribus nahuatlacas en el año 820. El número siete, por si fuera poco,
también coincide con los colores de arcoíris, los días de la semana y las notas
musicales.
Cabe resaltar que todas las áreas del Centro Ceremonial
Otomí están conectadas mediante caminos y escalinatas. De hecho, al recorrer el
complejo uno puede percibir cuantiosos elementos de arquitectura
prehispánica en todos los rincones. Esto se puede ver, por ejemplo, en la
gran cantidad de plazas, estructuras en forma de talud y en las 365 escaleras
anchas que tiene el CCO.
¿Qué más hacer en el Centro Ceremonial Otomí?
A parte de su misión de preservar y proteger las tradiciones espirituales de las comunidades otomíes, este parque también es una excelente opción para una escapada de un día. Además de recorrer su imponente arquitectura, se puede pasear por el bosque aledaño, hacer un picnic, visitar el Museo de la Cultura Otomí o comprar artesanías indígenas.
Tu blog es muy entretenido y educativo. Gracias por compartir
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